16 enero 2012

LA ETICA EN LA EVAULACION DE LOS APRENDIZAJES

       EL PODER Y LA OBEDIENCIA EN LA EVALUACIÓN DE LOS APRENDIZAJES
Claudio Barrientos Piñeiro
            La evaluación de los aprendizajes siempre ha sido uno de los elementos relevantes y centro de atención en los procesos educativos, por parte de docentes y académicos, y uno de los aspectos controversiales en relación a su enfoque aplicativo, tanto en su diseño como en su momento de análisis de los resultados.
A raíz de estas controversias, y nuevas investigaciones, es que este proceso ha ido sufriendo una evolución lenta y progresiva, acotada por reflexiones de largo recorrido histórico de muchos profesionales y educadores. Desde Stufflebeam y su mirada positivista de la evaluación, con el foco centrado en las conductas observables susceptibles de ser medidas, hasta hoy en día con Robert Stake y su propuesta de evaluación respondente, Parlett y Hamilton con su visión Iluminativa y Mc Donald con la evaluación democrática de mirada interpretativa, por nombrar algunos.
            En la medida que esta evolución se ha ido desarrollando, lo propio ha sucedido con sus marcos éticos de aplicación que la guían y la sustentan. Por ello diremos que desde los principios orientadores de la deontología, se han ido regulando las conductas docentes, y de todo evaluador, para adecuarse a ciertas normas de comportamiento acorde con  la naturaleza de la posición evaluativa que aplican.
            En una reflexión, Santos Guerra (1999) nos manifiesta que la evaluación educativa es un fenómeno habitualmente circunscrito al aula, referido a los alumnos y limitado al control de los conocimientos adquiridos a través de pruebas de diverso tipo. A partir de ella, podemos evidenciar que a pesar de los años transcurridos y  de la evolución acerca de la evaluación de los aprendizajes, se siguen aplicando metodologías centradas exclusivamente en el alumno, sólo en la medición de conocimientos y resultados directos, de forma cuantitativa.

            Lo anterior, nos lleva a poner la atención en dos aspectos relevantes por la cual creo se sustenta este estancamiento del proceso. Por un lado encontramos el poder conferido a la figura de quien evalúa y por otro a la obediencia de quien es evaluado. En este sentido diremos que el poder que detenta el educador en el acto de evaluación está dado por la situación asimétrica que caracteriza la relación didáctica (Pozo: 1996, citado en Ormat, E. 2004) y en todos los niveles educativos formales, confiriéndole al docente la autoridad profesional de ser el constructor y aplicador de procesos de evaluación fundamentado en las competencias que posee para ello.  

Este poder conferido, superpone al docente a un rango jerárquico de autoridad con la cual es el supremo manipulador del proceso, en el que se confía que lo realizará con justicia, equidad y beneficencia. En otra instancia,  el nivel cognitivo del mismo, frente a un estudiante en proceso de maduración, formación y aprendizaje, le asigna una nueva mirada que se sintetiza por la aceptación sumisa a que todo lo realizado por el docente es adecuadamente correcto y no hay forma de poder rebatirlo. De allí la génesis de la actitud del evaluado que se convierte en un ser pasivo y sumiso, receptor y hacedor de cosas bajo la órdenes del evaluador.  En este sentido, es de importancia radical la orientación de este aspecto de una forma más horizontal, justa y participativa, toda vez que el poder conferido en una situación tan desigual se corre el riesgo de caer en la antiética. Pero igualmente se cae en un fenómeno similar cuando es el profesor quien debe asumir, de forma sumisa y obligada ciertas imposiciones dadas a través de normativas y ordenanzas directivas para aplicar ciertos criterios, formas y adecuaciones a su sistema evaluativo. En este sentido, el profesional no puede desdecirse de la responsabilidad que le compete en una situación de esa naturaleza.

En esta misma idea, y a todas luces, la evaluación es un proceso vulnerable de ser inadecuadamente manejado, sea esto con intención u omisión, por cuanto se corre el riego de que pierda su calidad benefactora si se utiliza con unos criterios deficientes. En cualquiera de los dos casos, ello no exime al docente de su responsabilidad ética en estos procedimientos.

Por otro lado, hoy sabemos que, su aplicación óptima nos aporta información valiosa para tomar decisiones de mejora, que nos permitan emitir juicios de valor que propendan a la mejora continua de los estudiantes. Si esta concepción pedagógica no se considera, se cae en situaciones que llevarán al docente al abuso de control, de exceso de medición, discriminación y etiquetado de los alumnos. De esta manera, el incumplimiento ético se sobrepasa por no adecuarse a los lineamientos pedagógicos pertinentes con los fines  del proceso enseñanza aprendizaje, orientados  a la formación y desarrollo de competencias de los estudiantes.
     En otra dimensión, debemos considerar que la evaluación no sólo le otorga al docente poder ante los alumnos, sino que también ante las familias, ante lo cual se pueden obtener beneficios personales que amplifican la discriminación y las injusticas. Situaciones de vida en este sentido hay muchas, que se pueden ejemplificar en atenciones con pequeños obsequios hasta incluso favores sexuales. Ello puede marca la diferencia entre aprobar o reprobar, ya que los padres igualmente tienen la capacidad de poder influir en las conductas evaluativas de los profesores sobre sus hijos.

Antes este delicado escenario, es conveniente tener la claridad necesaria para aplicar instrumentos y procedimientos objetivos al servicio de los reales fines de la educación, asumiendo la responsabilidad con criterios profesionales y personales serios. Con esto queremos decir que debemos ser sumamente cautelosos en no sobrepasar los límites del poder conferido por el acto de evaluar, que sea un proceso participativo con foco en los procesos y realizando las retroalimentaciones de todo y para todos, dentro del marco ético correspondiente, ya que ello redundará en mejores resultados.


REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS.
Guerra, S. (1999). Evaluación educativa. Un proceso de diálogo, comprensión y mejora. Argentina. Editorial Magisterio del Río de La Plata.
Ormart, E. (2004). La ética en la evaluación educativa. Publicación en línea. Granada (España). Año II Número 3. Julio de 2004. Consultada el 11 de enero de 2012. http://www.ugr.es/~sevimeco/revistaeticanet/numero6/Articulos/Formateados/7La.pdf