31 enero 2012


ENSEÑANZA Y APRENDIZAJE POR COMPETENCIAS. COHERENCIA DE LA EVALUACION

                                                                                                                                 Claudio Barrientos Piñeiro
En todos los ámbitos de la vida y en más momentos de los que nos podemos percatar, realizamos reflexiones y emitimos juicios valorativos, que indistintamente de la edad o condición educativa es común a todo ser humano.
En este sentido, es dable asegurar que esta reflexión es un proceso evaluativo informal, inseparable de nuestra condición, aunque en este sentido se trata generalmente de juicios de  satisfacción.
En el ámbito de la educación, y de manera mucho más prolija y formal, encontramos una serie de enfoques, formas y principios de llevar a cabo este proceso, tanto desde una evaluación institucional, de programas educativos, de formación docente, proyectos, actividades educativas, clases, etc. De este modo, la razón de ser de este tipo de evaluaciones tiene que ver directamente con los grandes fines de la educación, orientada a la búsqueda del mejoramiento continuo de la calidad de la enseñanza.
De esta manera, al poner como foco de atención la evaluación de los aprendizajes, cobra relevancia automática la forma en qué, cómo, cuándo y con qué evaluaremos sus alcances y progresiones. A partir de esto, debemos ser consientes que no ha sido fácil encontrar consensos sobre cuál debe ser la mejor forma de plantearlo y llevarlo a cabo. Sin embargo, múltiples  investigaciones de expertos nos situarán en un lugar de referencia desde donde poder enfocar nuestra acción docente.
En relación a los aprendizajes, hace bastante tiempo ya se ha planteado que la sola adquisición de conocimientos disciplinares por sí mismos no son suficientes para poder desenvolvernos en esta sociedad, principalmente por todo lo que ha conllevado los avances de los medios tecnológicos y de comunicación. Desde hace más de una década esta mirada se ha puesto en el desarrollo de competencias, entendidas como el conjunto de saberes, habilidades, actitudes y valores que se articulan en la acción, en contextos determinados, para dar respuesta a la resolución de problemas a lo largo de la vida.
Sin embargo, y tal como lo plantea Perrenoud (2008), aún existe dos posiciones antagónicas acerca de lo que es más conveniente privilegiar en la enseñanza. Por un lado los que manifiestan que no se pueden dejar de promover los saberes y conocimientos emanados de los contenidos disciplinares, y por otro, los que plantean que se debe privilegiar el desarrollo de competencias, y que  ambas posiciones son complementarias y dependientes unas de otras ya que necesariamente para  desarrollar competencias se deben movilizan saberes.
A raíz de lo planteado anteriormente, este tema ha sido de mucha discusión en el mundo académico y profesional docente, pero nosotros nos posicionamos en el convencimiento de que el segundo planteamiento es un enfoque adecuado por el  que se debieran guiar los horizontes de la educación.
Sin embargo, al situarnos en la evaluación de los aprendizajes por competencias, desde la educación parvularia hasta la universidad, es posible detectar incongruencias didácticas y técnicas que afectan este proceso. Es fácil observar la existencia de un puente roto entre elementos claves de la enseñanza, el aprendizaje y la propia  evaluación.
En este sentido, si visualizamos que el proceso enseñanza–aprendizaje está compuesto por varios eslabones que sincronizan su proceder, podremos fácilmente entender la lógica de lo que queremos plantear. De esta forma, nuestro punto de partida será un enfoque constructivista de la enseñanza y el aprendizaje por competencias.
De esta manera planteamos que todas las fases del proceso de enseñanza debe ser coherente, partiendo desde el momento de la planificación. Ésta, alineada congruentemente con las metodologías que se utilizarán en el aula. No será posible desarrollar competencias si se aplica una didáctica rígida, jerárquica, academicista, con un foco exclusivo en los contenidos y de actuación pasiva de los estudiantes. Esto, restringirá las opciones de participación de los alumnos obstaculizando el desarrollo de actividades enfocada al fortalecimiento de conocimientos, procedimiento y actitudes, que conjugarán la formación de dichas competencias con una significación más poderosa.
En esta misma línea de coherencia es preciso que se coordinen y articulen procedimientos que unan adecuadamente las metodologías aplicadas con la evaluación de los aprendizajes. Sería un error enseñar académicamente y evaluar competencias o trabajar descripciones y análisis y evaluar conocimientos.
En este sentido será importante tener en cuenta tres elementos fundamentales: Las técnicas e instrumentos a utilizar en la evaluación, la forma y los momentos de aplicación de los mismos.
En el primero caso Cano (2008) nos plantea que la evaluación por competencias nos obliga a utilizar una diversidad de instrumentos y a implicar a diferentes agentes. Ante ello, los docentes debemos estar a la altura de esta formación para conocer y aplicar adecuadamente estos instrumentos. En la misma idea, pero en relación a la forma de aplicación de ella, la misma autora señala que puede hacerse por parte del profesorado, por parte de los compañeros o por parte del propio estudiante (o por todos ellos, en un modelo de evaluación de 360º), pero en cualquier caso debe proporcionar información sobre la progresión en el desarrollo de la competencia y sugerir caminos de mejora (Cano, 2008; 10). De acuerdo a lo planteado, un aspecto esencial en este tipo de evaluación será que el propio estudiante se involucre con sus avances y se haga parte de este proceso de construcción de su propio conocimiento.  Por otro lado, se debe priorizar la realización evaluativa en diversos momentos, de tal manera que nos entregue suficiente información para un diagnóstico, proceso y al final de trabajo, otorgándole una importancia trascendental al feedback continuo que debe ser el núcleo de la construcción personal del conocimiento.
De esta forma, utilizar como técnica evaluativa proceso una autoevaluación, heteroevaluación, coevaluación, evaluación colaborativa, entre otros, serán procedimientos muy adecuados para que efectivamente se pueda ir  construyendo nuestro conocimiento y desarrollando competencias para la acción comunicacional y técnicas como: leer, escribir, observar, comparar, calcular, anticipar, planificar, juzgar, evaluar, decidir, comunicar, informar, explicar, argumentar, convencer, negociar, adaptar, imaginar, analizar, comprender, entre muchas otras, que permitirán a los estudiantes adquirir herramientas claves para ir entendiendo el mundo y solucionando problemas simples, complejos y concretos al que diariamente hay enfrentarse.
Finalmente, es preciso mencionar nuestro acuerdo con Cano (2008), quien concluye que la evaluación ha de hacer más conscientes a los estudiantes de cuál es su nivel de competencias, de cómo resuelven las tareas y de qué puntos fuertes deben potenciar y qué puntos débiles deben corregir para enfrentarse a situaciones de aprendizaje futuras. (Cano, 2008; 10). De esta manera se propenderá a cimentar en los estudiantes una conciencia asertiva acerca de que el aprendizaje es un camino de construcción de toda la vida.

BIBLIOGRAFIA.

Cano, E. (2008). La evaluación por competencias en la educación superior. Profesorado. Revista de currículum y formación del profesorado, 12, 3. Consultado el 31 de enero de 2012. http://www.ugr.es/~recfpro/rev123COL1.pdf

Perrenoud, Ph. (2008). Construir las competencias. ¿Es darle la espalda a los saberes?. Revista docencia Universitaria. Consultada el 31 de enero de 2012. http://www.riic.unam.mx/01/02_Biblio/doc/CONSTRUIR%20LAS%20COMPETENCIAS%20perrenoud.pdf

16 enero 2012

LA ETICA EN LA EVAULACION DE LOS APRENDIZAJES

       EL PODER Y LA OBEDIENCIA EN LA EVALUACIÓN DE LOS APRENDIZAJES
Claudio Barrientos Piñeiro
            La evaluación de los aprendizajes siempre ha sido uno de los elementos relevantes y centro de atención en los procesos educativos, por parte de docentes y académicos, y uno de los aspectos controversiales en relación a su enfoque aplicativo, tanto en su diseño como en su momento de análisis de los resultados.
A raíz de estas controversias, y nuevas investigaciones, es que este proceso ha ido sufriendo una evolución lenta y progresiva, acotada por reflexiones de largo recorrido histórico de muchos profesionales y educadores. Desde Stufflebeam y su mirada positivista de la evaluación, con el foco centrado en las conductas observables susceptibles de ser medidas, hasta hoy en día con Robert Stake y su propuesta de evaluación respondente, Parlett y Hamilton con su visión Iluminativa y Mc Donald con la evaluación democrática de mirada interpretativa, por nombrar algunos.
            En la medida que esta evolución se ha ido desarrollando, lo propio ha sucedido con sus marcos éticos de aplicación que la guían y la sustentan. Por ello diremos que desde los principios orientadores de la deontología, se han ido regulando las conductas docentes, y de todo evaluador, para adecuarse a ciertas normas de comportamiento acorde con  la naturaleza de la posición evaluativa que aplican.
            En una reflexión, Santos Guerra (1999) nos manifiesta que la evaluación educativa es un fenómeno habitualmente circunscrito al aula, referido a los alumnos y limitado al control de los conocimientos adquiridos a través de pruebas de diverso tipo. A partir de ella, podemos evidenciar que a pesar de los años transcurridos y  de la evolución acerca de la evaluación de los aprendizajes, se siguen aplicando metodologías centradas exclusivamente en el alumno, sólo en la medición de conocimientos y resultados directos, de forma cuantitativa.

            Lo anterior, nos lleva a poner la atención en dos aspectos relevantes por la cual creo se sustenta este estancamiento del proceso. Por un lado encontramos el poder conferido a la figura de quien evalúa y por otro a la obediencia de quien es evaluado. En este sentido diremos que el poder que detenta el educador en el acto de evaluación está dado por la situación asimétrica que caracteriza la relación didáctica (Pozo: 1996, citado en Ormat, E. 2004) y en todos los niveles educativos formales, confiriéndole al docente la autoridad profesional de ser el constructor y aplicador de procesos de evaluación fundamentado en las competencias que posee para ello.  

Este poder conferido, superpone al docente a un rango jerárquico de autoridad con la cual es el supremo manipulador del proceso, en el que se confía que lo realizará con justicia, equidad y beneficencia. En otra instancia,  el nivel cognitivo del mismo, frente a un estudiante en proceso de maduración, formación y aprendizaje, le asigna una nueva mirada que se sintetiza por la aceptación sumisa a que todo lo realizado por el docente es adecuadamente correcto y no hay forma de poder rebatirlo. De allí la génesis de la actitud del evaluado que se convierte en un ser pasivo y sumiso, receptor y hacedor de cosas bajo la órdenes del evaluador.  En este sentido, es de importancia radical la orientación de este aspecto de una forma más horizontal, justa y participativa, toda vez que el poder conferido en una situación tan desigual se corre el riesgo de caer en la antiética. Pero igualmente se cae en un fenómeno similar cuando es el profesor quien debe asumir, de forma sumisa y obligada ciertas imposiciones dadas a través de normativas y ordenanzas directivas para aplicar ciertos criterios, formas y adecuaciones a su sistema evaluativo. En este sentido, el profesional no puede desdecirse de la responsabilidad que le compete en una situación de esa naturaleza.

En esta misma idea, y a todas luces, la evaluación es un proceso vulnerable de ser inadecuadamente manejado, sea esto con intención u omisión, por cuanto se corre el riego de que pierda su calidad benefactora si se utiliza con unos criterios deficientes. En cualquiera de los dos casos, ello no exime al docente de su responsabilidad ética en estos procedimientos.

Por otro lado, hoy sabemos que, su aplicación óptima nos aporta información valiosa para tomar decisiones de mejora, que nos permitan emitir juicios de valor que propendan a la mejora continua de los estudiantes. Si esta concepción pedagógica no se considera, se cae en situaciones que llevarán al docente al abuso de control, de exceso de medición, discriminación y etiquetado de los alumnos. De esta manera, el incumplimiento ético se sobrepasa por no adecuarse a los lineamientos pedagógicos pertinentes con los fines  del proceso enseñanza aprendizaje, orientados  a la formación y desarrollo de competencias de los estudiantes.
     En otra dimensión, debemos considerar que la evaluación no sólo le otorga al docente poder ante los alumnos, sino que también ante las familias, ante lo cual se pueden obtener beneficios personales que amplifican la discriminación y las injusticas. Situaciones de vida en este sentido hay muchas, que se pueden ejemplificar en atenciones con pequeños obsequios hasta incluso favores sexuales. Ello puede marca la diferencia entre aprobar o reprobar, ya que los padres igualmente tienen la capacidad de poder influir en las conductas evaluativas de los profesores sobre sus hijos.

Antes este delicado escenario, es conveniente tener la claridad necesaria para aplicar instrumentos y procedimientos objetivos al servicio de los reales fines de la educación, asumiendo la responsabilidad con criterios profesionales y personales serios. Con esto queremos decir que debemos ser sumamente cautelosos en no sobrepasar los límites del poder conferido por el acto de evaluar, que sea un proceso participativo con foco en los procesos y realizando las retroalimentaciones de todo y para todos, dentro del marco ético correspondiente, ya que ello redundará en mejores resultados.


REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS.
Guerra, S. (1999). Evaluación educativa. Un proceso de diálogo, comprensión y mejora. Argentina. Editorial Magisterio del Río de La Plata.
Ormart, E. (2004). La ética en la evaluación educativa. Publicación en línea. Granada (España). Año II Número 3. Julio de 2004. Consultada el 11 de enero de 2012. http://www.ugr.es/~sevimeco/revistaeticanet/numero6/Articulos/Formateados/7La.pdf