02 diciembre 2011

DECRECIMIENTO Y ECOFORMACION: LOS VALORES HUMANOS PARA UNA SOCIEDAD SALUDABLE.


            El mundo actual necesita que intentemos hacer un esfuerzo de poner una mirada y una acción distinta en las cosas. Son muchas las situaciones que hoy nos evidencian que estamos frente a una complicada existencia, que poco ha poco nos va envolviendo y  arrastrando hacia un debilitamiento de los fundamentos valóricos de la humanidad y el agotamiento del planeta.
            Por lo anterior, creo pertinente hacer un pequeño análisis de nuestro actual momento social y poderlos enlazarlos con el rol que le compete a la educación para implementar, en su proceso,  una formación más conciliadora entre el ser humano y su mundo.
Un aspecto fundamental que creo debemos entender es que el planeta es la gran casa que cohabitamos y donde pasamos nuestra existencia en dependencia con la naturaleza, que es la que nos facilita los recursos para sobrevivir y desarrollarnos. A su vez, esta coexistencia se resuelve con interdependencia en una sociedad de la que no podemos abstraernos. Somos seres sociales y por tanto no podemos vivir aislados. Para poder evolucionar y desarrollarnos dependemos de las relaciones sociales y  la dinámica social.
            Como consecuencia de esta estrecha relación, ya desde nuestra concepción humana, iniciamos el camino en la lucha diaria por lograr el máximo de bienestar posible, que nos permita desarrollarnos como personas y cumplir nuestros proyectos de vida. Con esa idea preconcebida, la gran mayoría del colectivo humano buscamos ese bienestar, principalmente, a través de nuestro crecimiento económico y material para poder Ser y tener más. De esa manera, sólo pensamos que esa  es la  única forma posible de vivir “bien”. En este sentido, nuestro bienestar general está ligado exclusivamente al crecimiento. Decimos y creemos que necesitamos tener más bienes y aspirar a mejores servicios como garantías de una vida plena y de felicidad.
Con esta ideología y las consecuencias que subyacen, se exige inexorablemente ir por la vía del crecimiento ilimitado, en el sentido amplio del concepto, para satisfacer cada vez más las innumerables e ilusorias necesidades que creemos requerir para ese fantasioso “vivir bien”. De esta forma, vamos ampliando desmedidamente la explotación de los recursos disponibles en la naturaleza, base fundamental de materias primas,  sin dar el tiempo necesario para su renovación o uso racional.
 A partir de estas concretas evidencias se ha comenzado a acuñar, desde hace un tiempo, el concepto de decrecimiento, que como podemos deducirlo del concepto es posible afirmar que es una acción contraria al crecimiento. Y claro que lo es, pero no se opone al crecimiento, sólo le pone límites. Según ello, Serge Latouche (2011), cree que es la vía para evitar la crisis global, el colapso de la sociedad a la que nos dirigimos inexorablemente, a causa de ese crecimiento exponencial que está agotando los recursos limitados de nuestro planeta. En este sentido, de no tener una cultura de decrecimiento que limite o regule la explotación y usos desmedido de los recursos éstos se acabarán, no quedando lo suficiente para las nuevas generaciones. Debemos generar una cultura del consumo responsable.
Los actuales acontecimientos sociales y naturales están destruyendo el planeta. Así lo demuestra  la inclinación al consumismo desmedido, el asedio de la publicidad por adquirir lo que no se necesita, la vida competitiva, la lucha de poderes, la industria desechable que utiliza cada vez más materias primas, las guerras, la destrucción ambiental, los desastres naturales, entre otros. Todos comulgan para que el proceso de relación humana y medio ambiente se distancie y se destruya.
Por otro lado, es absolutamente palpable que la actual forma de crecimiento económico neoliberal no se condice con el discurso de la cohesión y justicia social por la cual se funda. Es evidente el enorme divorcio ente crecimiento y desempleo, entre desarrollo y pobreza, ya que las desigualdades a nivel mundial siguen aumentando en vez de declinar. En esta línea, los reducidos grupos económicos han acaparado el poder y el control de la situación mundial, instalando este neoliberalismo cimentado en políticas macroeconómicas  que pretendían ser la solución a las problemáticas sociales, cosa que no ha ocurrido.
Vivimos en una sociedad cada vez más globalizada e industrializada que ya ha instalado la intercomunicación planetaria. La mayoría de los países del mundo, y por ende sus ciudadanos, somos cada vez más dependientes y estamos a merced de los conflictos y movimientos económicos. Un ejemplo claro en este sentido es la  actual crisis económica europea que golpea a los mercados mundiales, tal como lo fue la crisis asiática en su momento, y qué decir de las guerras de las últimas décadas, que han desestabilizado la economía mundial, además de haber empobrecido y destruido los pueblos y enriquecido a los abastecedores.
Esta mundialización, si bien es cierto nos ha traído algún pequeño beneficio, lo medular es que está provocando devastadores perjuicios, directamente relacionados con la explotación de los recursos naturales, la contaminación  del planeta y el debilitamiento sociocultural de la sociedad.
Ante esta situación ya se han alzado voces de alerta que nos están invitando a replantear nuestro actuar social para  promover un  cambio de actitud, una nueva forma  de pensar y hacer; una nueva filosofía de vida que  apueste por un cambio de visión con respecto al crecimiento económico, industrial, mercantil y patriarcal de nuestra sociedad. En este sentido, el decrecimiento nos propone poner ciertos límites al crecimiento y al consumismo, a través de la formación de una sociedad que se plantee reducir los niveles de consumo, utilizando cosas que sean realmente útiles y que valore VIVIR MEJOR CON MENOS.  
En este escenario de anarquía y mezquinos intereses la educación, y no solamente la institucionalizada, entran a jugar un rol fundamental, por cuanto es el medio adecuado para buscar y potenciar ese cambio de actitud social al que nos invita la cultura del decrecimiento. De esta forma, Moraes (2010) nos da luces para poner la atención en la ecoformación, un concepto que va más allá de la educación ambiental, al recalificarla como formación humana permanente, siendo así, no solamente un proceso educativo de formación para el trabajo, sino un proceso mediado por la relación ser humano/ambiente natural y social. Y luego nos dice que la formación es algo mucho más amplio y complejo que el aprendizaje o lo puramente cognitivo o instructivo, puede adquirirse por medio de la acción en y sobre un contexto o medio social, natural, político o cultural determinado.
Sin dejar de darle la importancia que merece a la formación cognitiva basada en competencias, creo que es un  camino correcto y que hay que sumar fuerzas para instalar esta conciencia educativa. Siento que es una posición ideológica adecuada para hacer frente a los actuales disvalores sociales imperantes, que en nada están contribuyendo al bienestar social.
Sin retractarme de lo anteriormente planteado y siendo muy cauteloso, doy algunas  vueltas en el cómo podemos enfrentar, desde nuestro ámbito, la acción para lograr un cambio de paradigma. Luego, me convenzo que la escuela es el lugar ideal, es allí el escenario perfecto donde debemos acrecentar los valores humanos de las nuevas generaciones para que se promueva la solidaridad, la justicia, equidad, la honestidad, el bien común y la sostenibilidad. Es allí donde debe comenzar a nacer esta nueva sociedad, con capacidades de ver y vivir con nuevas formas en el Ser y el Hacer, muy distintas a las fallidas y nefastas formas de hoy.
El llamado de este movimiento en la educación es a instalar estrategias de ecoformación orientadas a una ecopedagogía que valore la calidad y no la cantidad; en  Ser y no poseer; en la inclusividad y no la exclusividad; la diversidad y no la uniformidad; la participación y no la jerarquía; la colaboración y no la competencia, lo natural y no lo artificial. Para esto, de igual forma es la escuela la llamada a evolucionar y a adecuarse a estos nuevos requerimientos a través de la implementación de Proyectos Educativos socialmente pertinentes y con alto sentido eco-humanitario.
De acuerdo a lo anterior, Saturnino de la Torre (2007) precisa que la ecoformación, es una manera de buscar el crecimiento interior a partir de la interacción consciente con el medio humano y natural, de forma armónica, integradora y axiológica. Se propone ir más allá del individualismo, del cognitivismo y utilitarismo del conocimiento. Parte del respeto a la naturaleza (ecología), tomando en consideración a los otros (alteridad) y trascendiendo la realidad sensible (transpersonalidad). Fomenta la cooperación y entornos colaborativos frente a la competitividad, crea “escenarios” de intercambio y diálogo, propicia ambientes agradables de trabajo y estrategias dinámicas, flexibles, retadoras, como los entornos virtuales que tanto atraen y motivan a la juventud.
Sin duda que el planteamiento de esta reflexión,  y su puesta en práctica, nos situará en una mirada más integradora y humanizadora de la educación. A su vez nos lleva a repensar nuestras prioridades y a realizar una serie de cambio de hábitos orientados a prescindir de cosas innecesarias y con ello acercarnos paulatinamente en la consecución de bienestar de una sociedad planetaria que pueda garantizar mejores condiciones vitales para las generaciones futuras y propiciar reales valores humanos.

CLAUDIO BARRIENTOS PIÑEIRO

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