13 noviembre 2011

¿QUE HE APRENDIDO? - LA PEDAGOGIA FUERA DE LA ESCUELA Y DEL DOCENTE

Claudio Barrientos Piñeiro

Por primera vez, después de tantos años, me sentaré a escribir sobre una experiencia de vida que ha marcado mi existencia, que le dio sentido a mi vida y que considero la herencia más importante legada por las persona a quienes más amo en esta vida, mis padres.  
            Provengo de una familia tradicional de clase media, arraigada en la Isla de Chiloé, en el sur de Chile. Un pueblo donde, durante mi infancia, los días pasaban de forma apacible y rodeados de buena vecindad.  Hijo de padre buzo mariscador, madre funcionaria municipal y hermano mayor, con mi mellizo, de 3 varones y una mujer.
            La vida junto al mar, como muchos pueblos de mi isla, marcaron la esencia de mi vida, sobre todo porque mi padre trabajó en él durante toda su vida con una pasión absoluta. Creo que de los 45 años que se dedicó a este oficio, al menos 25 de ellos los pasó bajo el agua. ¡ Que increíble la conclusión a la que he llegado en este instante en que escribo! Se lo haré saber a mi padre para ver si coincidimos en lo mismo.
Desde niño aprendí los códigos y de la forma particular de ser del hombre de mar. Conocí y viví en carne propia lo que significa para una madre y sus hijos la ausencia del padre cuando se va mar adentro por semanas en busca del sustento. Sufríamos en familia la incertidumbre, la ansiedad, la preocupación y la impotencia  de no saber durante mucho tiempo si el clima o algún imprevisto mantendrían sana y salva a la tripulación de las endebles embarcaciones de la época. Por las noches rezábamos para que mi padre y los demás encontraran una ensenada segura o un  refugio donde dormir y descansar lejos del peligro, ya que toda la vida del buzo se hacía en la lancha.
En se tiempo, yo consideraba a mi padre, y a todos los buzos, seres admirables y extraordinarios. Los veía libres, contentos, rudos, ingeniosos, creativos, previsores, asertivos. Disfrutaba de manera grosera escuchándolos contar sus aventuras y peripecias….que tal día se encontraron con un montón de lobos marinos y tuvieron que bucear entre ellos, que otro día no pudieron trabajar tranquilos porque andaban las orcas cerca (ballenas), que la pasaron muy mal porque alguien de la tripulación tuvo un accidente y tuvieron que ir al poblado más cercano, que navegaron durante horas en una tormenta que los azotaba como barquito de papel, que durante 5 días no pudieron trabajar porque el clima estaba malo y debían estar en la lancha a la espera que mejore, que trabajaron durante días con mal clima; que se les acabó la comida y tuvieron que comer sólo productos del mar con aliños improvisados, etc.
Escuchar esas historias despertaban mi imaginación cual mejor película cine. En esos momentos yo quería ser buzo… quería ser como mi padre.
Con esa inquietud, ya conocida por mis padres, comencé a vislumbrar lo que sería mi vida de buzo de una manera no tajante pero con el sustrato vivencial que me otorgaba lo hasta ese momento conocido. Por aquel tiempo cursaba mis últimos años de primaria. Mis padres, por supuesto, no compartían la infantil forma de ver mi futuro, ya que todos sus esfuerzos estaban orientado a entregarnos la mejor educación posible, para que libremente, junto a mis hermanos,  pudiéramos elegir la profesión o forma de vida que quisiéramos, pero que no tenga que  ver con una sumisión patronal o tener que arriesgar la vida, tal como lo hacía papá.
Conocida por mi padre la afición que teníamos con mi hermano mellizo por el mar, un día de verano nos dice que él nos enseñará a bucear. La felicidad me embargó (imagino que a  mi hermano también), porque era el primer paso para iniciar mi camino al mundo del mar. Fui muy buen alumno, o mi padre un gran profesor, porque tiempo después ya manejaba suficientes técnicas de buceo que me permitían realizar actividades bajo el agua sin problemas… creo que tiene que haber algo de herencia genética en ello también.
Cuando llegué a la adolescencia, ya en secundaria, aún seguía pensando y planteando en casa la posibilidad de seguir el camino de mi padre, a lo cual siempre se oponían, pero no tajantemente. Con adecuada conversación mis padres me hacían ver lo beneficioso de estudiar y obtener un título profesional para tener una vida más tranquila, cómoda y sin mayores carencias.
 Mi padre por esa época había adquirido un bote de 9 metros de largo, con toda la implementación de buceo, donde podían trabajar 4 personas (dos buzos y dos asistentes). Me sorprendió mucho cuando un día, al inicio de mis vacaciones de verano, me dijo que tendría que hacerme cargo de la embarcación y hacerla producir sacando algas durante el verano, y que además de mi hermano mellizo, buscará dos amigos estudiantes para trabajarla. Grande fue mi satisfacción ante esta responsabilidad, tanto por la confianza de mi papá y además porque podría poner en práctica lo enseñado por mi padre y sería la primera oportunidad en que podría comenzar a ganar algún dinero. Y  así lo hicimos, disfrutamos del trabajo como si fuera un juego de entretenciones, ganábamos nuestro dinero y a mi padre le entregábamos lo que le correspondía por ser dueño de la embarcación y de los implementos.
Al siguiente verano ocurrió lo mismo, pero yo ya no le encontraba el mismo sabor al trabajo. Ya era un enorme sacrificio levantarse todos los días a las 6:00 de la madrugada, a las 8:00 estar bajo el agua trabajando, regresar al medio día con las algas en los sacos, descargarlas, extenderlas en la playa para que se sequen con el sol, darlas vuelta, nuevamente recogerlas, embolsarlas y cargar los sacos en un vehículo en irlas a vender.
Ese verano comencé a darme cuenta de lo sacrificado, peligroso y esforzado de ese trabajo y por supuesto,  a cuestionarme si podría dedicarme toda mi vida a eso. Mis intereses poco a poco fueron cambiando.
En los años posteriores comencé a estudiar Pedagogía Básica en la Universidad, proyectando así mi  vida a la docencia. Comencé a hacerme preguntas un poco más reflexivas acerca de la razón por la cual mi padre, avalado por mi madre, me entregó ese trabajo y esa responsabilidad, considerando que ellos se oponían a que yo, y todos mis hermanos,  trabajáramos en el mar. Me preguntaba el por qué mi padre hizo que trabajara  su embarcación si podía haber contratado a buzos más experimentados que le habrían hecho producir más ganancias que nosotros. Según mi parecer había hecho un pésimo negocio.
Un par de años después, en una franca conversación le pregunté a mi padre la razón por la cual me hizo vivir esa experiencia de vida, a lo cual él me respondió, claro que con otras palabras, que fue para que experimentara lo que implicaría en mi vida si decidía finalmente ser buzo. Como a en ese tiempo yo ya contaba con estudios y experiencia sobre el proceso de enseñanza y aprendizaje le hice ver  a mi padre cuales fueron las profundas implicancias personales de lo que hizo y lo mucho que tuvo de pedagógico; él sin saberlo, ideo una estrategia de enseñanza tan efectiva que cambio el rumbo de mis decisiones y de mi vida. Imagino que para mi hermano, y los amigos asistentes, fue igual porque ninguno se dedicó al buceo en el futuro. Le agradecí que me haya llevado a ello, ya que sin esa experiencia seguro que hoy día no estaría haciendo lo que me apasiona y no habría conseguido los logros que he alcanzado. Recuerdo sus lágrimas de emoción al escuchar mi relato sin poder creer lo que oía. El, con lo gran lector y sabio que considero que es, no sabía lo que en mi provocó. No daba crédito de haber sido protagonista de una historia que recién estaba asimilando.
A partir de esta vivencia he entendido que el esfuerzo y la responsabilidad son elementos claves en la búsqueda del desarrollo personal y el éxito cuando se enfocan a lo que realmente disfrutamos hacer. Además, siento y creo que la pedagogía está en todo lo que hacemos y pensamos que está correcto, nace del sentimiento puro, sincero y bien intencionado del querer enseñar y no hay nada tan rotundamente científico en ella. El saber no sólo está en los libros, sino también en lo que vamos adquiriendo y aprendiendo con el tiempo en el camino de la vida.
No subestimo ni desvaloro el trabajo de mi padre y de los buzos, muy por el contrario, los sigo admirando y respetando, a mi padre por sobre todas las cosas.

EL NIÑO QUE QUERIA SER HELICOPTERO - De Vivian Gussin Paley

 CLAUDIO BARRIENTOS PIÑEIRO        
          Reflexiono acerca de cómo ha ido cambiando la dinámica de la labor docente en las últimas décadas y cómo ha evolucionado el ser humano con la influencia de los avances de la modernidad y la globalización. De la misma forma entiendo el por qué de los cambios en los enfoques y paradigmas educacionales a fuerza de esta evolución. Lo que antiguamente se consideraba homogéneo hoy  ya no lo es. La heterogeneidad, y la diversidad, hoy son parte de las dificultades del mundo  y cuesta entender que sea una oportunidad de crecimiento social y personal.

         Jason y su helicóptero es un ejemplo vivo de ello y de los muchos niños que están en nuestras aulas, de los cuales somos, en gran medida, responsables de su formación y desarrollo futuro.
         Actualmente aceptar y trabajar con las diferencias es un proceso de difícil instalación en las escuelas, por cuanto las competencias profesionales de los docentes han sido, de alguna manera, sobrepasadas por las múltiples necesidades de los alumnos y la sociedad. Creo que la formación inicial de los docentes no ha considerado seriamente estos elementos para hacer frente, de manera eficiente, a la inclusión de los niños en el proceso educativo.
         Con estos antecedentes no puedo más que visualizar una educación que tiende, por omisión o ignorancia, a una exclusión e inequidad en su sistema. Una educación que le ha costado instalar procesos efectivos de inclusión.
         Mientras esto ocurra, todos los Jason deberán seguir esperando y perdiendo tiempos valiosos de formación y entrenamiento cognitivo. Tendrán que seguir soportando silenciosamente la incontenible desdicha del rechazo y exclusión diplomática.
         Me he quedado pensando en la reflexión de la profesora en esta historia: Mi hábito de trazar líneas invisibles entre las imágenes de los niños es, creo, lo mejor que hago como maestra. Sin duda que esas líneas invisibles son muy beneficiosas para esos niños y las que provocan ese acercamiento y sanidad de respeto entre pares y la docente. Eso finalmente es la gran demostración de aceptación y compromiso con el desarrollo de los niños.   
Sin embargo, quisiera reflexionar desde la vereda del frente y centrarme en el profesor que no tiene, o no ha tenido, las herramientas necesarias, ni la actitud, para enfocar su labor como esta maestra; que no ha logrado desarrollar o no quiere desarrollar, por las razones que sean, esa visión tan exquisitamente vocacional en su trabajo y que trazan líneas invisibles en los niños pero para parcelarlos, encasillados y cartelearlos con calificativos, muchas veces, poco decorosos, por  el sólo hecho de ser distintos al prototipo normal e ideal de alumno.
Hoy siento que perdí momentos valiosos de aprendizaje y crecimiento personal al dejar pasar por la superficie situaciones de varios Jason que he conocido en mi carrera docente. De haber tenido herramientas apropiadas  y una visualización distinta, habrían sido mayores los aportes educativos que podría haber entregado...sin duda. En este sentido, asumo mis responsabilidades, pero que también creo que esas mismas deben ser compartidas por un  sistema de formación inicial y permanente que no ha sido capaz de adecuarse oportunamente a los requerimientos, carencias y necesidades educativas que tanto requiere nuestra sociedad.
         Siento y creo que hoy más que nunca debemos desplegar nuestros mejores esfuerzos en prepararnos, espiritual, personal e intelectualmente para vivir la diversidad y de la diversidad.
        Los niños helicópteros seguirán estando siempre en nuestras aulas y ¿Qué pasará si no les entregamos lo que humanamente deben recibir de nosotros?.