Por primera
vez, después de tantos años, me sentaré a escribir sobre una experiencia de vida que
ha marcado mi existencia, que le dio sentido a mi vida y que considero la
herencia más importante legada por las persona a quienes más amo en esta vida,
mis padres.
Provengo
de una familia tradicional de clase media, arraigada en la Isla de Chiloé, en
el sur de Chile. Un pueblo donde, durante mi infancia, los días pasaban de
forma apacible y rodeados de buena vecindad.
Hijo de padre buzo mariscador, madre funcionaria municipal y hermano
mayor, con mi mellizo, de 3 varones y una mujer.
La
vida junto al mar, como muchos pueblos de mi isla, marcaron la esencia de mi
vida, sobre todo porque mi padre trabajó en él durante toda su vida con una
pasión absoluta. Creo que de los 45 años que se dedicó a este oficio, al menos
25 de ellos los pasó bajo el agua. ¡ Que increíble la conclusión a la que he
llegado en este instante en que escribo! Se lo haré saber a mi padre para ver
si coincidimos en lo mismo.
Desde niño
aprendí los códigos y de la forma particular de ser del hombre de mar. Conocí y
viví en carne propia lo que significa para una madre y sus hijos la ausencia
del padre cuando se va mar adentro por semanas en busca del sustento. Sufríamos
en familia la incertidumbre, la ansiedad, la preocupación y la impotencia de no saber durante mucho tiempo si el clima
o algún imprevisto mantendrían sana y salva a la tripulación de las endebles
embarcaciones de la época. Por las noches rezábamos para que mi padre y los
demás encontraran una ensenada segura o un
refugio donde dormir y descansar lejos del peligro, ya que toda la vida
del buzo se hacía en la lancha.
En se tiempo,
yo consideraba a mi padre, y a todos los buzos, seres admirables y
extraordinarios. Los veía libres, contentos, rudos, ingeniosos, creativos,
previsores, asertivos. Disfrutaba de manera grosera escuchándolos contar sus
aventuras y peripecias….que tal día se encontraron con un montón de lobos
marinos y tuvieron que bucear entre ellos, que otro día no pudieron trabajar
tranquilos porque andaban las orcas cerca (ballenas), que la pasaron muy mal porque
alguien de la tripulación tuvo un accidente y tuvieron que ir al poblado más
cercano, que navegaron durante horas en una tormenta que los azotaba como
barquito de papel, que durante 5 días no pudieron trabajar porque el clima
estaba malo y debían estar en la lancha a la espera que mejore, que trabajaron
durante días con mal clima; que se les acabó la comida y tuvieron que comer
sólo productos del mar con aliños improvisados, etc.
Escuchar esas
historias despertaban mi imaginación cual mejor película cine. En esos momentos yo quería ser buzo… quería
ser como mi padre.
Con esa
inquietud, ya conocida por mis padres, comencé a vislumbrar lo que sería mi
vida de buzo de una manera no tajante pero con el sustrato vivencial que me
otorgaba lo hasta ese momento conocido. Por aquel tiempo cursaba mis últimos
años de primaria. Mis padres, por supuesto, no compartían la infantil forma de
ver mi futuro, ya que todos sus esfuerzos estaban orientado a entregarnos la
mejor educación posible, para que libremente, junto a mis hermanos, pudiéramos elegir la profesión o forma de
vida que quisiéramos, pero que no tenga que
ver con una sumisión patronal o tener que arriesgar la vida, tal como lo
hacía papá.
Conocida por
mi padre la afición que teníamos con mi hermano mellizo por el mar, un día de
verano nos dice que él nos enseñará a bucear. La felicidad me embargó (imagino
que a mi hermano también), porque era el
primer paso para iniciar mi camino al mundo del mar. Fui muy buen alumno, o mi
padre un gran profesor, porque tiempo después ya manejaba suficientes técnicas de
buceo que me permitían realizar actividades bajo el agua sin problemas… creo
que tiene que haber algo de herencia genética en ello también.
Cuando llegué
a la adolescencia, ya en secundaria, aún seguía pensando y planteando en casa
la posibilidad de seguir el camino de mi padre, a lo cual siempre se oponían,
pero no tajantemente. Con adecuada conversación mis padres me hacían ver lo
beneficioso de estudiar y obtener un título profesional para tener una vida más
tranquila, cómoda y sin mayores carencias.
Mi padre por esa época había adquirido un bote
de 9 metros de largo, con toda la implementación de buceo, donde podían
trabajar 4 personas (dos buzos y dos asistentes). Me sorprendió mucho cuando un
día, al inicio de mis vacaciones de verano, me dijo que tendría que hacerme
cargo de la embarcación y hacerla producir sacando algas durante el verano, y que
además de mi hermano mellizo, buscará dos amigos estudiantes para trabajarla.
Grande fue mi satisfacción ante esta responsabilidad, tanto por la confianza de
mi papá y además porque podría poner en práctica lo enseñado por mi padre y
sería la primera oportunidad en que podría comenzar a ganar algún dinero.
Y así lo hicimos, disfrutamos del
trabajo como si fuera un juego de entretenciones, ganábamos nuestro dinero y a
mi padre le entregábamos lo que le correspondía por ser dueño de la embarcación
y de los implementos.
Al siguiente
verano ocurrió lo mismo, pero yo ya no le encontraba el mismo sabor al trabajo.
Ya era un enorme sacrificio levantarse todos los días a las 6:00 de la
madrugada, a las 8:00 estar bajo el agua trabajando, regresar al medio día con
las algas en los sacos, descargarlas, extenderlas en la playa para que se
sequen con el sol, darlas vuelta, nuevamente recogerlas, embolsarlas y cargar
los sacos en un vehículo en irlas a vender.
Ese verano
comencé a darme cuenta de lo sacrificado, peligroso y esforzado de ese trabajo
y por supuesto, a cuestionarme si podría
dedicarme toda mi vida a eso. Mis intereses poco a poco fueron cambiando.
En los años
posteriores comencé a estudiar Pedagogía Básica en la Universidad, proyectando
así mi vida a la docencia. Comencé a
hacerme preguntas un poco más reflexivas acerca de la razón por la cual mi
padre, avalado por mi madre, me entregó ese trabajo y esa responsabilidad,
considerando que ellos se oponían a que yo, y todos mis hermanos, trabajáramos en el mar. Me preguntaba el por
qué mi padre hizo que trabajara su
embarcación si podía haber contratado a buzos más experimentados que le habrían
hecho producir más ganancias que nosotros. Según mi parecer había hecho un
pésimo negocio.
Un par de años
después, en una franca conversación le pregunté a mi padre la razón por la cual
me hizo vivir esa experiencia de vida, a lo cual él me respondió, claro que con
otras palabras, que fue para que experimentara lo que implicaría en mi vida si
decidía finalmente ser buzo. Como a en ese tiempo yo ya contaba con estudios y
experiencia sobre el proceso de enseñanza y aprendizaje le hice ver a mi padre cuales fueron las profundas
implicancias personales de lo que hizo y lo mucho que tuvo de pedagógico; él
sin saberlo, ideo una estrategia de enseñanza tan efectiva que cambio el rumbo
de mis decisiones y de mi vida. Imagino que para mi hermano, y los amigos
asistentes, fue igual porque ninguno se dedicó al buceo en el futuro. Le
agradecí que me haya llevado a ello, ya que sin esa experiencia seguro que hoy
día no estaría haciendo lo que me apasiona y no habría conseguido los logros
que he alcanzado. Recuerdo sus lágrimas de emoción al escuchar mi relato sin
poder creer lo que oía. El, con lo gran lector y sabio que considero que es, no
sabía lo que en mi provocó. No daba crédito de haber sido protagonista de una
historia que recién estaba asimilando.
A partir de
esta vivencia he entendido que el esfuerzo y la responsabilidad son elementos
claves en la búsqueda del desarrollo personal y el éxito cuando se enfocan a lo
que realmente disfrutamos hacer. Además, siento y creo que la pedagogía está en
todo lo que hacemos y pensamos que está correcto, nace del sentimiento puro,
sincero y bien intencionado del querer enseñar y no hay nada tan rotundamente
científico en ella. El saber no sólo está en los libros, sino también en lo que
vamos adquiriendo y aprendiendo con el tiempo en el camino de la vida.
No subestimo
ni desvaloro el trabajo de mi padre y de los buzos, muy por el contrario, los
sigo admirando y respetando, a mi padre por sobre todas las cosas.