El mundo actual necesita que intentemos hacer un esfuerzo de poner una mirada y una acción distinta en las cosas. Son muchas las situaciones que hoy nos evidencian que estamos frente a una complicada existencia, que poco ha poco nos va envolviendo y arrastrando hacia un debilitamiento de los fundamentos valóricos de la humanidad y el agotamiento del planeta.
Por lo anterior, creo pertinente hacer un pequeño análisis de nuestro actual momento
social y poderlos enlazarlos con el rol que le compete a la educación para implementar, en su proceso,
una formación más conciliadora
entre el ser humano y su mundo.
Un aspecto fundamental que creo debemos entender es que el planeta es la gran casa que cohabitamos y
donde pasamos nuestra existencia en dependencia con la naturaleza, que es la
que nos facilita los recursos para sobrevivir y desarrollarnos. A su vez, esta
coexistencia se resuelve con interdependencia en una sociedad de la que no
podemos abstraernos. Somos seres sociales y por tanto no podemos vivir
aislados. Para poder evolucionar y desarrollarnos dependemos de las relaciones
sociales y la dinámica social.
Como
consecuencia de esta estrecha relación, ya desde nuestra concepción humana,
iniciamos el camino en la lucha diaria por lograr el máximo de bienestar
posible, que nos permita desarrollarnos como personas y cumplir nuestros
proyectos de vida. Con esa idea preconcebida, la gran mayoría del colectivo
humano buscamos ese bienestar, principalmente, a través de nuestro crecimiento económico
y material para poder Ser y tener más. De esa manera, sólo pensamos que esa es la única forma posible de vivir “bien”. En este
sentido, nuestro bienestar general está ligado exclusivamente al crecimiento. Decimos
y creemos que necesitamos tener más bienes y aspirar a mejores servicios como
garantías de una vida plena y de felicidad.
Con esta ideología y
las consecuencias que subyacen, se exige inexorablemente ir por la vía del
crecimiento ilimitado, en el sentido amplio del concepto, para satisfacer cada
vez más las innumerables e ilusorias necesidades que creemos requerir para ese
fantasioso “vivir bien”. De esta forma, vamos ampliando desmedidamente la
explotación de los recursos disponibles en la naturaleza, base fundamental de
materias primas, sin dar el tiempo
necesario para su renovación o uso racional.
A partir de estas concretas evidencias se ha
comenzado a acuñar, desde hace un tiempo, el concepto de decrecimiento, que
como podemos deducirlo del concepto es posible afirmar que es una acción
contraria al crecimiento. Y claro que lo es, pero no se opone al crecimiento,
sólo le pone límites. Según ello, Serge Latouche (2011),
cree que es la vía para evitar la crisis global, el colapso de la sociedad a la
que nos dirigimos inexorablemente, a causa de ese crecimiento exponencial que
está agotando los recursos limitados de nuestro planeta. En este
sentido, de no tener una cultura de decrecimiento que limite o regule la explotación
y usos desmedido de los recursos éstos se acabarán, no quedando lo suficiente
para las nuevas generaciones. Debemos generar una cultura del consumo
responsable.
Los actuales
acontecimientos sociales y naturales están destruyendo el planeta. Así lo
demuestra la inclinación al consumismo
desmedido, el asedio de la publicidad por adquirir lo que no se necesita, la
vida competitiva, la lucha de poderes, la industria desechable que utiliza cada
vez más materias primas, las guerras, la destrucción ambiental, los desastres
naturales, entre otros. Todos comulgan para que el proceso de relación humana y
medio ambiente se distancie y se destruya.
Por otro lado, es
absolutamente palpable que la actual forma de crecimiento económico neoliberal
no se condice con el discurso de la cohesión y justicia social por la cual se
funda. Es evidente el enorme divorcio ente crecimiento y desempleo, entre
desarrollo y pobreza, ya que las desigualdades a nivel mundial siguen aumentando
en vez de declinar. En esta línea, los reducidos grupos económicos han acaparado
el poder y el control de la situación mundial, instalando este neoliberalismo
cimentado en políticas macroeconómicas
que pretendían ser la solución a las problemáticas sociales, cosa que no
ha ocurrido.
Vivimos en una
sociedad cada vez más globalizada e industrializada que ya ha instalado la
intercomunicación planetaria. La mayoría de los países del mundo, y por ende
sus ciudadanos, somos cada vez más dependientes y estamos a merced de los
conflictos y movimientos económicos. Un ejemplo claro en este sentido es
la actual crisis económica europea que
golpea a los mercados mundiales, tal como lo fue la crisis asiática en su
momento, y qué decir de las guerras de las últimas décadas, que han
desestabilizado la economía mundial, además de haber empobrecido y destruido
los pueblos y enriquecido a los abastecedores.
Esta mundialización,
si bien es cierto nos ha traído algún pequeño beneficio, lo medular es que está
provocando devastadores perjuicios, directamente relacionados con la
explotación de los recursos naturales, la contaminación del planeta y el debilitamiento sociocultural
de la sociedad.
Ante esta situación
ya se han alzado voces de alerta que nos están invitando a replantear nuestro
actuar social para promover un cambio de actitud, una nueva forma de pensar y hacer; una nueva filosofía de
vida que apueste por un cambio de visión
con respecto al crecimiento económico, industrial, mercantil y patriarcal de
nuestra sociedad. En este sentido, el decrecimiento nos propone poner ciertos
límites al crecimiento y al consumismo, a través de la formación de una sociedad
que se plantee reducir los niveles de consumo, utilizando cosas que sean
realmente útiles y que valore VIVIR MEJOR CON MENOS.
En este escenario de
anarquía y mezquinos intereses la educación, y no solamente la
institucionalizada, entran a jugar un rol fundamental, por cuanto es el medio
adecuado para buscar y potenciar ese cambio de actitud social al que nos invita
la cultura del decrecimiento. De esta forma, Moraes (2010) nos da luces para
poner la atención en la ecoformación, un concepto que va más allá de la
educación ambiental, al recalificarla como formación humana permanente, siendo
así, no solamente un proceso educativo de formación para el trabajo, sino un
proceso mediado por la relación ser humano/ambiente natural y social. Y luego
nos dice que la formación es algo mucho más amplio y complejo que el
aprendizaje o lo puramente cognitivo o instructivo, puede adquirirse por medio
de la acción en y sobre un contexto o medio social, natural, político o
cultural determinado.
Sin dejar de darle la
importancia que merece a la formación cognitiva basada en competencias, creo
que es un camino correcto y que hay que sumar
fuerzas para instalar esta conciencia educativa. Siento que es una posición
ideológica adecuada para hacer frente a los actuales disvalores sociales
imperantes, que en nada están contribuyendo al bienestar social.
Sin retractarme de lo
anteriormente planteado y siendo muy cauteloso, doy algunas vueltas en el cómo podemos enfrentar, desde
nuestro ámbito, la acción para lograr un cambio de paradigma. Luego, me
convenzo que la escuela es el lugar ideal, es allí el escenario perfecto donde
debemos acrecentar los valores humanos de las nuevas generaciones para que se
promueva la solidaridad, la justicia, equidad, la honestidad, el bien común y
la sostenibilidad. Es allí donde debe comenzar a nacer esta nueva sociedad, con
capacidades de ver y vivir con nuevas formas en el Ser y el Hacer, muy
distintas a las fallidas y nefastas formas de hoy.
El
llamado de este movimiento en la educación es a instalar estrategias de ecoformación
orientadas a una ecopedagogía que valore la calidad y no la cantidad; en Ser y no poseer; en la inclusividad y no la exclusividad;
la diversidad y no la uniformidad; la participación y no la jerarquía; la
colaboración y no la competencia, lo natural y no lo artificial. Para esto, de
igual forma es la escuela la llamada a evolucionar y a adecuarse a estos nuevos
requerimientos a través de la implementación de Proyectos Educativos socialmente
pertinentes y con alto sentido eco-humanitario.
De
acuerdo a lo anterior, Saturnino de la Torre (2007) precisa que la ecoformación,
es una manera de buscar el crecimiento interior a partir de la interacción
consciente con el medio humano y natural, de forma armónica, integradora y
axiológica. Se propone ir más allá del individualismo, del cognitivismo y
utilitarismo del conocimiento. Parte del respeto a la naturaleza (ecología),
tomando en consideración a los otros (alteridad) y trascendiendo la realidad
sensible (transpersonalidad). Fomenta la cooperación y entornos colaborativos
frente a la competitividad, crea “escenarios” de intercambio y diálogo,
propicia ambientes agradables de trabajo y estrategias dinámicas, flexibles,
retadoras, como los entornos virtuales que tanto atraen y motivan a la
juventud.
Sin duda que el
planteamiento de esta reflexión, y su
puesta en práctica, nos situará en una mirada más integradora y humanizadora de
la educación. A su vez nos lleva a repensar nuestras prioridades y a realizar
una serie de cambio de hábitos orientados a prescindir de cosas innecesarias y
con ello acercarnos paulatinamente en la consecución de bienestar de una
sociedad planetaria que pueda garantizar mejores condiciones vitales para las
generaciones futuras y propiciar reales valores humanos.
CLAUDIO BARRIENTOS PIÑEIRO
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